Por J Nastranis
NUEVA YORK (IDN) – Como el Secretario General de la ONU, António Guterres, ha señalado en repetidas ocasiones, la humanidad se enfrenta a un «momento decisivo», una advertencia que se destaca en la edición del 30.º aniversario del Informe sobre Desarrollo Humano (IDH), La próxima frontera: el desarrollo humano y el Antropoceno. Pese a que la humanidad ha logrado un progreso increíble, hemos dejado de lado a la Tierra, desestabilizando los mismos sistemas de los que dependemos para sobrevivir.
La pandemia de COVID-19, que casi con certeza pasó a los seres humanos a partir de los animales, tardó muy poco en sacar a la luz y explotar las desigualdades acumuladas, así como las deficiencias de los sistemas sociales, económicos y políticos, y amenazar con retroceder en el desarrollo humano, señala el informe.
«La próxima frontera del desarrollo humano no consiste en elegir entre las personas o los árboles, sino en reconocer, hoy en día, que el progreso humano impulsado por un crecimiento desigual y las altas emisiones de carbono ha llegado a su fin», afirma Pedro Conceição, director y autor principal de la Oficina del IDH del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (UNDP).
«Al abordar la desigualdad, aprovechar la innovación y trabajar con la naturaleza, el desarrollo humano podría dar un paso transformador para apoyar a las sociedades y al planeta en conjunto», añade.
El informe pone de manifiesto que nos encontramos en un momento histórico sin precedentes, en el que la actividad humana se ha convertido en una fuerza dominante que conforma el planeta. Estos efectos interactúan con las desigualdades actuales y amenazan con causar retrocesos importantes en el desarrollo.
Solo necesitamos una gran transformación, en la forma de vivir, trabajar y cooperar, para cambiar el rumbo que llevamos. El informe examina cómo poner en marcha esa transformación.
En efecto, el nuevo IDH redobla la creencia de que el empoderamiento de los pueblos puede propiciar la acción que necesitamos para vivir en equilibrio con el planeta en un mundo más justo.
La crisis climática. El colapso de la biodiversidad. La acidificación de los océanos. La lista es larga y sigue aumentando. Tanto es así que numerosos científicos estiman que, por primera vez, en vez de que el planeta moldee a los humanos, los humanos están moldeando el planeta a sabiendas. Se trata del Antropoceno, la era de los humanos, que marca una nueva época geológica.
El informe sostiene que, a medida que las personas y el planeta entran en una época geológica totalmente nueva, el Antropoceno, ha llegado el momento de que todos los países rediseñen sus caminos hacia el progreso teniendo plenamente en cuenta las peligrosas presiones que el ser humano ejerce sobre el planeta y desmontando los grandes desequilibrios de poder y oportunidades que impiden el cambio.
¿Cómo deberíamos reaccionar ante esta nueva era? ¿Optamos por emprender nuevos caminos audaces, esforzándonos por continuar el desarrollo humano al tiempo que aliviamos las presiones planetarias? ¿O elegimos intentar, y en última instancia fracasar, volver a lo de siempre y dejarnos arrastrar por una peligrosa incógnita?
El Informe sobre Desarrollo Humano defiende firmemente la primera opción y sus argumentos trascienden el resumen de las conocidas listas de medidas que pueden adoptarse para lograrlo. El informe introduce una nueva lente experimental en su Índice de Desarrollo Humano (IDH) anual.
Ofrece una visión de nuestro futuro, en el que la tensión en nuestro planeta es un reflejo de la tensión que las sociedades enfrentan. Aunque los efectos demoledores de la COVID-19 han atraído la atención del mundo, otras crisis, desde el cambio climático hasta el aumento de las desigualdades, siguen pasando factura. Los desafíos del desequilibrio planetario y social están entrelazados: interactúan en un círculo vicioso, donde se agravan los unos a los otros.
Hace treinta años, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo creó una nueva manera de definir y medir el progreso. En lugar de utilizar el crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) como única medida de desarrollo, clasificó a los países del mundo por su desarrollo humano: en función de si los habitantes de cada país viven la vida que estiman.
El IDH ajustado mide la salud, la educación y el nivel de vida de una nación e incluye dos elementos más: las emisiones de dióxido de carbono de un país y su huella material. El índice muestra cómo cambiaría el panorama del desarrollo mundial si tanto el bienestar de las personas como el del planeta fueran fundamentales para definir el progreso de la humanidad.
Con el IDH ajustado a las presiones planetarias (IDP) obtenido, se presenta un nuevo panorama mundial, que pinta una evaluación menos halagüeña pero más evidente del progreso humano. Por ejemplo, más de 50 países abandonan el grupo de desarrollo humano muy alto, lo que refleja su dependencia de los combustibles fósiles y su huella material.
Pese a estos ajustes, países como Costa Rica, Moldavia y Panamá ascienden al menos 30 puestos, lo cual demuestra que una menor presión sobre el planeta es posible.
«El Informe sobre Desarrollo Humano es un producto importante de las Naciones Unidas. En una época en la que es necesario actuar, la nueva generación de Informes sobre Desarrollo Humano, con mayor énfasis en las cuestiones que definen nuestra época, como el cambio climático y las desigualdades, nos ayuda a dirigir nuestros esfuerzos hacia el futuro que queremos», declaró Stefan Löfven, primer ministro de Suecia, país anfitrión de la presentación del informe.
La próxima frontera del desarrollo humano exigirá trabajar en colaboración con la naturaleza y no en contra de ella, al tiempo que se transforman las normas sociales, los valores y los incentivos gubernamentales y económicos, afirma el informe.
Por ejemplo, las nuevas estimaciones prevén que para el año 2100, los países más pobres del mundo podrían tener hasta 100 días más de condiciones meteorológicas extremas debido al cambio climático, una cifra que podría reducirse a la mitad si el Acuerdo de París sobre el cambio climático se aplica plenamente.
Sin embargo, se siguen subvencionando los combustibles fósiles: el coste total para las sociedades de las subvenciones financiadas con fondos públicos para los combustibles fósiles, incluidos los costes indirectos, se estima en más de 5 billones de dólares al año, es decir, el 6,5 % del PIB mundial, según las cifras del Fondo Monetario Internacional citadas en el informe.
Sin embargo, la reforestación y el mayor cuidado de los bosques podrían representar por sí solos alrededor de una cuarta parte de las acciones necesarias para evitar que el calentamiento global alcance los dos grados centígrados por encima de los niveles preindustriales.
«Aunque la humanidad ha tenido logros increíbles, está claro que hemos dejado de lado nuestro planeta», afirmó Jayathma Wickramanayake, enviada del secretario general para la juventud. «Jóvenes de todo el mundo se han pronunciado y han reconocido que estas acciones ponen en peligro nuestro futuro colectivo».
Las desigualdades dentro de los países y entre ellos, con profundas raíces en el colonialismo y el racismo, dan lugar a que quienes más tienen se apropien de los beneficios de la naturaleza y exporten los costes, muestra el informe. Esta situación frena las oportunidades de las personas que tienen menos y minimiza su capacidad de actuar al respecto.
Por ejemplo, la tierra gestionada por los pueblos indígenas del Amazonas absorbe, por persona, el equivalente al dióxido de carbono emitido por el 1 % de las personas más ricas del mundo. Sin embargo, los pueblos indígenas siguen sufriendo penurias, persecuciones y discriminación y tienen poca voz en la toma de decisiones, según el informe.
Además, la discriminación por motivos étnicos suele dejar a las comunidades gravemente afectadas y expuestas a elevados riesgos medioambientales, como los residuos tóxicos o la contaminación excesiva, una tendencia que se reproduce en las zonas urbanas de todos los continentes, argumentan los autores.
Según el informe, la acción pública puede abordar estas desigualdades: desde una fiscalidad cada vez más progresiva hasta la protección de las comunidades costeras, una medida que podría salvaguardar la vida de 840 millones de personas que viven en las costas de baja altitud del mundo. «Pero debe haber un esfuerzo conjunto para garantizar que las acciones no sigan enfrentando a las personas con el planeta». [IDN-InDepthNews, 10 de enero de 2021]
Crédito de la imagen: PNUD